30 de octubre. Valladolid – Madrid – Fez
Nos levantamos temprano. El vuelo sale a las 14,55 h., pero tenemos un perrito y hay que entrar a Madrid para dejarle con la familia estos días.
Llueve. Y sigue lloviendo.
Al llegar al puerto, el coche se apunta a dar la nota y nos da un espectáculo de luz y sonido que nos obliga a parar.
El almuerzo nos costó más que ninguna de las comidas en Marruecos, pero dejamos al coche que se calmara un poco y aprovechamos a entrar en la ermita y pedir a todos los santos que nos dejaran llegar al aeropuerto a tiempo.
No se si fue el frío o los rezos, pero lo cierto es que el coche arrancó y nos llevó del tirón hasta los interminables atascos de Madrid.
Con el perrillo de vacaciones ya, enfilamos a toda pastilla al aeropuerto porque el tiempo se nos está echando encima.
Nosotros dejamos el coche en la calle aparcado. Lo del parking del aeropuerto nos descabalaría el presupuesto, y tenemos buscado un caminito por el que llegas enseguida a la T2. Cuando llevamos 200 metros andados, Jose comenta “bueno, si algo se nos queda, ya no hay vuelta atrás”, a lo que le contesto: “con llevar los pasaportes y dinero, lo demás nos sobra”. Y de repente, me deja hablando sola y echa a correr para atrás como un loco. Cuando le alcanzo le digo “no me lo puedo creer. ¿Es lo que estoy pensando?” Pues si. Se había dejado en el coche el bolsito que llevamos al cuello con lo más importante. Eso me hace recordar que antes de salir de casa cogió el que llevó a Senegal y se dejaba el que tenía los documentos. No vivimos para sustos.
Aceleramos el paso y atisbamos las escaleras de hierr

Ya casi está, qué alivio. Cruzamos el aeropuerto a toda carrera y nos colocamos en la fila que menos gente tiene para entrar a la zona de embarque, hasta que un operario se acerca y nos dice que esa es la entrada para minusválidos únicamente. Parecemos novatos.
Después de desnudarnos, cachearnos y desarmarnos las mochilas, conseguimos traspasar el control policial… ¡¡por fin!!
Miramos ansiosos los monitores pero todavía no tienen puerta adjudicada para este vuelo. Comienzan a salir mensajes de demora. Uno tras otro. Aburridos, nos vamos a comer al burguer que, por supuesto, es mucho más caro que en la calle. Pasa y pasa el tiempo.

Finalmente, tras 2 horas de retaso, comenzamos a embarcar. Son las 17,20 h. Esto supone llegar a Marruecos ya de noche. Esperamos encontrar el hotel, pero a esas horas, en la medina, habrán cerrado todo.
Aunque tenemos adjudicada una plaza en cada esquina del avión, no resulta difícil sentarnos juntos. Como todo el mundo va separado, no tienen problema en cambiarnos el sitio. Las mochilas han bajado a la bodega, así que no hay que andar moviéndolas de sitio en el avión.

Según creemos, e internet nos confirma, allí tenemos una hora de diferencia. Mejor, no será tan tarde cuando lleguemos.
Aterrizamos en Fez.
La mochila de Jose tarda una inmensidad en salir. Entretanto, echamos un vistazo a las casas de cambio del aeropuerto. En principio, no es buena idea cambiar allí. El cambio es malo y hay que tener en cuenta que en Marruecos, por lo general, no tienes ningún problema en pagar en euros, y menos aún a los taxis del aeropuerto, así que decidimos no cambiar nada y salimos a la calle a buscar un transporte al hotel.
Diluvia.

A la salida encontramos un toldillo lleno de gente y nos refugiamos debajo mientras esperamos a ver si aparece un taxi libre. Somos conscientes de que la salida del aeropuerto es una clavada siempre. Nos esperamos unos 20 €.
Por fin empiezan a llegar algunos taxis. Nos acercamos, como quien no quiere la cosa, y el primero nos dice que nos cobra 30 €. No se si partirme de risa o llorar. Sabemos que es una barbaridad, pero también conocemos esa costumbre que tienen de ponerse todos de acuerdo para no rebajarte un duro.
Nos quedamos mirando al tendido bajo la lluvia hasta que se acerca un hombre y nos dice en perfecto árabe algo así como que si compartimos taxi. Creo que ya ha notado que no somos el objetivo turístico al que sablear.
Por supuesto, le decimos que si, y nos monta en un Mercedes roñoso por 12 € los 2. Menuda rebaja, jeje.
Nuestro compañero de viaje habla algo de español, así que que viaje se hace corto y ameno. Estos marroquíes son encantadores en su tierra. Pocos lugares hemos visitado con una población tan acogedora. No hemos dejado de escuchar mensajes de bienvenida y ofrecimientos de ayuda durante todo el viaje. Realmente, resulta hasta abrumador a veces.
Le indicamos al taxi el nombre del hotel. Más o menos. Porque pronunciar lo de Dar El Karaweine ha provocado más de una carcajada.
Nos deja en una puerta de la medina y nos indica que está cerca. A unos 200 metros pero que el taxi ya no puede avanzar más.
Nos adentramos de pronto en un laberinto de adobe sin principio ni fin. Afortunadamente, todos los moritos que aún andan por allí nos preguntan adónde vamos. Parece que hay una mezquita que comparte nombre con el hotel, y debe de ser bastante conocida porque todo el mundo nos indica. En una de las preguntas, aparece uno de los encargados del hotel y nos dice que le sigamos. Nunca jamás volveremos a encontrar este camino, pensamos nosotros.
La medina de Fez en impresionante. Inmensa. 9,400 callejuelas. Estrechas y con un suelo no apto para tacones. Basura por las esquinas. Gatos. Miles de gatos que acechan en cada rincón.
A estas horas, las tienducas están cerradas, por lo que solamente vemos persianas.
Nuestro guía avanza a toda pastilla. Finalmente, encogemos el pescuezo para entrar por un callejón y al fin llegamos al hotel.
La entrada da a un patio precioso. Nadie podría imaginar que entre esos adobes apuntalados se esconden esas casas tan bonitas.
La casa típica de Fez comprende un gran patio-salón interior rodeado de habitaciones. Precioso.


Cuando busquéis un alojamiento en Marruecos tened en cuenta que un “Dar” se refiere a una casa de huéspedes, y un “riad” a un alojamiento más caro, que describen como un palacio.
La diferencia, generalmente, es el precio y, por supuesto, las comodidades superfluas.
No nos piden el pasaporte y enseguida nos suben a una habitación el el tercer piso con unas escaleras estrechas, empinadas y desiguales. Llegamos sin aliento y nos arrojamos a la cama. Nos rebotan las cervicales. La cama es una especie de pedrusco de lana y allí hace un frío que pela. Pero ciertamente, la habitación es bonita. El suelo de baldositas de colores, los balcones al patio, la decoración de las paredes… Terminamos casi transportados al mundo de las mil y una noches. Nos encanta.

Quizá no nos encanta tanto ver que las sábanas están un poco sobadas. Acostumbramos a llevar una funda de almohada, al menos, y en casos un “saco-sábana” por si la higiene escasea. En este caso, nos parece suficiente la funda de almohada. Tampoco está sucio, solo que se nota usado.
Es pronto para irse a dormir, Preguntamos si hay hora de cierre y nos dice que paseemos lo que nos apetezca, pero que a esa hora encontraremos poca cosa. Entonces es cuando nos dice que no es la hora que pensamos (y que también piensan Google y todos nuestros aparatos electrónicos sincronizados automáticamente, sino que es una hora más. Pensamos que es un flipe suyo pero no se lo rebatimos y tomamos nota para ir preguntando la hora en otros sitios.
Los chicos que llevan el hotel son encantadores. Te explican casi cualquier cosa en un montón de idiomas. Hay gente de muchos países sentada en el patio, tomando algo, charlando o cenando. El ambiente es muy agradable.
Como “garbancito”, vamos echando garbanzos visuales cuando salimos del callejón, porque no tenemos nada claro que seamos capaces de volver.
Salimos a la ya desierta medina y nos dedicamos a callejear. Ese ambiente que se respira en las medinas no tiene comparación. Entiendo que haya a quien le asuste. Es normal. Hombres solitarios y encapuchados en cada esquina. No hay motivo para ello. En general, el marroquí va a intentar cobrarte de más si te dejas, pero no te va a atracar en una esquina. Quizás cambie si vas por la calle cubierto de joyas, no lo he probado, pero si os digo que, a pesar de la impresión que pueda darte, no es en absoluto peligroso.
Nos dedicamos a hacer fotos a las solitarias callejuelas y a las inmensas puertas que suponemos conducirán a mezquitas, madrassas y palacios. Estamos casi solos. Algo mágico envuelve estas calles.


Aún queda algún comerciante rezagado y aprovechamos para comprar agua y coca colas. 13 DH.
Vemos el cartel de un cyber y pensamos que tal vez nos venda las tarjetas SIM para meter en nuestros teléfonos y poder utilizar allí internet.
Nos comentan que allí no, pero muy dispuestos nos conducen por unas callejas hasta otra más habitada donde hay uno de estos mini comercios de las medinas que se dedica a ello.
El dueño no habla francés, ni inglés y mucho menos español, pero no resulta difícil hacernos entender. Cada tarjeta SIM cuesta 20 DH (menos de 2 €) y 5 gb de datos más algunas llamadas, cuesta 50 DH. Es decir que por menos de 7€ tenemos cobertura Orange y 5 gb de datos.
Nos hacemos con un pack para cada uno. Esto es muy útil, tanto para consultar cosas por internet, como horarios de trenes, hoteles, etc., como para comunicarnos por whatsapp.
El móvil no reconoce en un principio la SIM, pero el hombre nos lo configura en un momento.
Le preguntamos la hora. Coincide con nuestros relojes. Parece que nos hemos alojado en la República Independiente de El Karawaine, porque el resto de humanos tienen la misma hora que nosotros.
Logramos regresar al hotel sin perdernos demasiado. Nos hemos topado con un río que salía de debajo de la ciudad y que con tanta lluvia parecía un torrente. Por cierto que nunca más le volvimos a ver en el resto de las vacaciones.
Ya en el hotel, desplegamos el mapa y sacamos las guías para organizar lo que vamos a hacer el día siguiente. La idea es, partiendo de Fez, hacer una ruta más o menos circular, para terminar de nuevo en Fez, viendo lo que nos parece más interesante por el camino.
Como iréis comprobando, cualquier parecido con la realidad fue mera coincidencia. Hemos cambiado más de planes y de ruta que de calcetines, pero ésa es una de las ventajas de no llevar nada organizado. Hay que adaptarse al clima y a los inconvenientes y con un viaje rígido resulta imposible.
El plan inicial era pasar 2 o 3 días viendo Taza y el parque nacional Tazzeka, visitando grutas y gargantas, y durmiendo allí. Un día Taza y 2 Tazzeka. Después ir bajando hacia Azrou, Bahlil, Sefrou e Ifrane. Más tarde Subir hacia Meknes, Moulay Idriss y Volubilis para terminar de relax en el balneario de Moulay Yacoub o similar. Nada más lejos de la realidad.
Comenzamos por descartar la idea de ir mañana al parque Tazzeka, porque no para de llover ni hay previsiones de ello.
Después de un rato, pensamos que quizá ver Volubilis bajo la lluvia no sea tan terrible, por lo que echamos un vistazo a trenes y hoteles. Según se nos de, podremos dormir en Meknes o en Moulay Idriss. En Meknes no hay problema con los hoteles, aunque son algo más caros. En Moulay Idriss nos indica solo uno. Se trata de una ciudad santa donde los turistas pisan poco.
Congelados, nos apretujamos en la cama con los calcetines y el jersey por encima del pijama y caemos rendidos.
Mañana será otro día. A ver con qué nos sorprende este país.