8 de noviembre
Fez – Madrid
Vuelta a casa
Amanece el último día.
Lo bueno de los viajes cortos es que no te da tiempo a cansarte. Lo malo, la pena que da volver.
Cuando bajamos a nuestro conocido desayuno, los encargados del hotel están preparados para llamar a un taxi. Saben que salimos hoy y no ha sido necesario pedírselo. Son muy atentos y cuidadosos con sus clientes, da gusto.
El taxi nos vendrá a recoger a una de las puertas de la ciudad. Suponemos que la más cercana o la más cómoda para ellos.
Nos va a costar 150 DH. En dirham. Y a nosotros no nos quedan dirham.
Como no contábamos con esta amabilidad, íbamos a hacer el cambio por el camino o bien a pagarlo en euros.
El chico nos dice que en ese momento no tienen cambio, así que le pedimos que nos deje un momento para ir a buscarlo, sin embargo, nos dice que no hay tiempo y que él lo cambiará por el camino.
Agarra una mochila y coge la directa mientras nosotros procuramos no perderle a toda carrera, a la vez que nos despedimos de las estrechas callejuelas de Fez, a las que ya hemos cogido bastante cariño.

Un borriquillo almorzando
Me detengo un instante a hacer una foto y al levantar la vista, veo que el resto del trío ha desaparecido.
Una cabeza aparece por un recoveco y me hace señas.
Nuestro guía ha cogido un atajo increíble. No se si se le puede llamar calle. Apenas cabemos por ella, y menos a esa velocidad que lleva el paisano. Sin embargo, a los pocos metros aparecemos en la plaza donde el taxi nos espera. Ni ha cambiado el dinero ni ná.
Se despide a toda prisa y regresa por el oscuro callejón.
El coche nos deja en el aeropuerto con tiempo suficiente. El de Fez es un aeropuerto pequeño, no como Barajas, que hasta que llegas al control policial has echado barba.
Ahora queda la epopeya del equipaje. Que si pesa, que si abulta y, como no, que si lo que has comprado no te lo puedes llevar.
El poco control del aeropuerto de Tánger en mi anterior visita me da esperanzas de que éste sea similar, pero no.
Curiosamente, nos controlan el equipaje nada más entrar y, como no, les llama la atención el mineral que compré en Azrou.
Llámalo intuición, pero me lo olía. Antes de adquirirlo, pregunté al vendedor si era legal, porque he leído algo acerca de que ya no se podían llevar fósiles como recuerdo. Pero, según aquel señor, con los minerales no hay problema.
Por si acaso, lo he metido en el bolsillo de debajo de la mochila, protegido por los calcetines usados. Suele ser una buena manera de disuadir a los curiosos. Pero esta vez no me resultó.
Por su parte, Jose lleva la lámpara de piedra que también les interesa. Realmente, es mucho más grande y pesada que el mineral, pero al mostrarnos la imagen del escáner y decirle que es una lámpara, deja de interesarles. Pero mi piedra no.
Con pereza, empiezo a sacar todo lo que rodea a mi preciosa baritina y se la enseño.
Comienza un teatro entre los funcionarios en el que se van pasando la piedra (de unos 6 cm y no más de 3 cm de alto) mientras niegan con la cabeza.
Pregunto cuál es el motivo y me dicen (madre mía) que con ella puedo golpear a alguien. La incongruencia con la falta de interés por la lámpara (un pedrusco de unos 15 cm de diámetro) me desespera, pero no quiero ni mencionarlo, no sea que me la quieran quitar también.
Jose les razona que es un recuerdo, mientras yo les ruego, con las manos juntitas y todo, que me la dejen pasar.
No se si buscarían una propina. No me hubiera importado dársela, pero me da miedo. Hay como cinco trabajadores y tal vez se ofendan y el lío sea peor.
Con mi mejor sonrisa, les sigo rogando que me la dejen pasar. Me gustan los minerales y esa pieza es preciosa.
Al final, con cara de perdonarnos la vida, nos dejan proseguir.
De peso también vamos justos. A ver la segunda parte como se nos da.
Como llevamos impreso el billete y hemos facturado online, nos acercamos directamente al control. Pues no. Hay que ir a los puestos de facturación a que nos pongan un sello.
Ya no nos sobra tanto tiempo y hay bastante gente a la espera.
Por fin nos llega el turno. La empleada mira el papel y planta un sello casi imperceptible. Que digo yo, que un poco de tinta o un tampón nuevo, tampoco le saldría tan caro a Ryanair.
Sin embargo, no nos pesa el equipaje y no le importa si llevamos piedras o bombas.
Pasamos el control sin más inconvenientes y montamos al avión.
El resto no tiene mayor interés… Llegamos en buen estado, cogimos el coche y a casa, deseando que sea pronto el siguiente viaje.
¡Hasta la próxima!
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